La sociedad del cansancio

«La sociedad del cansancio» es el título de uno de los libros que más me han impactado en los últimos años. Lleva la firma de Byung-Chul Han, filósofo alemán de origen coreano, y sin duda es una lectura casi obligada para comprender el estado actual de la sociedad.

Define al ser humano del presente como un ser devorado por su propio ego, que se autodestruye por su afán de alcanzar una excelencia utópica. Dicta que vivimos en un mundo tan sometido a la autoexigencia, que cada uno de nosotros actúa a su vez como víctima y verdugo, como explotador y explotado.

Byung trata de ponernos en el foco de la gravedad que supone la normalización de este modo de vivir. Si nos paramos a pesar, estamos hablando de un mal tan sigiloso que sin darnos cuenta está inculcado en cada uno de nosotros. Pero ya no hablamos de un enemigo ante el que manifestarte o derrocar, sino uno mucho más duro y beligerante: nosotros mismos.

Ese inconformismo tan mal interpretado, junto a la necesidad casi asfixiante de destacar, hace que nos olvidemos de lo más importante, que no es otra cosa que vivir. Pero hoy solo entendemos ese «Carpe Diem» cuando está expuesto, juzgado y aprobado por los demás. Es, sin duda, la gasolina que mueve el engranaje.

El monumento al ego en la sociedad del cansancio

Vemos auténticos monumentos al ego en cada cuenta de red social, con galerías monográficas repletas de autocomplaciencia, donde todos decimos y hacemos lo mismo. Esto es tan estúpido, que llegamos hasta el punto de que, a pesar de que las redes nos ponen delante a la gente que piensa igual que nosotros, sea la única validación que necesitemos para respaldar nuestras acciones, sean o no correctas.

Son las redes sociales, como ya aventuraba el escritor abulense Alfredo Rodríguez a principios de los años diez, el mejor reflejo de esta sociedad tan débil a nivel emocional.

¿Has pensado alguna vez por qué muestras a cientos de desconocidos esas fotografías tan artificiales? ¿Por qué vendes tan barata tu intimidad? ¿Por qué lanzas mensajes en vez de hablar directamente con esa persona a la que recuerdas o te ha ofendido?

Y precisamente, en esa búsqueda por la liberación y la excelencia constante, el resultado es justo el contrario que buscamos, pues en un lugar donde todo el mundo aspira a ser diferente, todos acabamos siendo iguales, y por tanto, más frustrados, tristes y solitarios. En realidad, tras cada una de esas aspiraciones de gloria, se encuentra un grito terrible por obtener atención de forma desesperada.

La sociedad paliativa de Byung

Así caemos en la tristeza más profunda cuando no alcanzamos el éxito profesional, el físico perfecto o las condiciones vitales idóneas. Solo hace falta buscar en Google para darnos cuenta de la enorme cantidad de noticias que apuntan a un aumento alarmante del consumo de ansiolíticos y visitas al psicólogo. Jamás alcanzaremos las metas que nos han vendido, porque son, simplemente, imposibles.

Pero lo más llamativo, tal y como se apunta también Byung en su libro «La sociedad paliativa», es que lejos de reaccionar ante este escenario, nos mostramos anestesiados ante las inconveniencias. Lo que antes era lucha, hoy es sometimiento.

Me llama la atención lo que nos quejamos hoy en día y lo poco que hacemos para cambiar. Eso no es lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Pero en la actualidad, desde los millenials hasta las generaciones posteriores, sumidos en la sociedad del cansancio y la paliativa, tendemos a huir del conflicto y del dolor.

De este modo, pueden pasar años hasta que decidamos renunciar a nuestro empleo, por mucho que sepamos que nos hemos equivocado, del mismo modo que no tenemos reparos en romper una relación en el primer conato de desavenencia. Si no me expongo, no sufro y si no sufro, no pierdo mi tranquilidad, a pesar de que esté renunciando a algo potencialmente más grande (un nuevo empleo, una relación a largo plazo más sólida…)

Ambas teorías radican en lo mismo, la pérdida de un mapa vital que mantiene a millones de personas desnortadas en un camino que no es el que nos habían contado. Entre tanto el tiempo pasa y junto a él las oportunidades, que pese a nuestro pensamiento innato de supervivencia, tal vez no volvamos a tener.

César Díez Serrano

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